La mayoría de nosotros deseamos vivir una forma de vida natural como nuestro verdadero yo. Este es el camino del Zen.
A primera vista, el zen puede parecer una búsqueda incesante de armonía espiritual y equilibrio en la vida. Todos los métodos para controlar la mente pueden parecer un trabajo duro y bastante desorientador.
Sin embargo, no están ahí para crear impedimentos o perturbar nuestras vidas. Todas estas actividades están fijadas en un objetivo supremo: llevarnos a la iluminación y una vida de gran alegría, armonía y comprensión.
A la larga, todas las enseñanzas del Zen están dirigidas a hacer que nuestras vidas sean menos complicadas. Lo hace liberando la mente de todo su desorden. Liberar la mente es liberar el espíritu.
La claridad de percepción resultante es solo una de las recompensas del Zen. A cada paso, el Zen nos pone en contacto con la realidad. No hay ilusión. Solo una gran intuición.
La creencia holística del zen de que tú eres el universo y el universo eres tú se remonta a sus orígenes taoístas. Comprender este concepto de interdependencia es abrir la puerta a nosotros mismos y darnos cuenta de que todo depende de todo lo demás. La forma en que nos entendemos a nosotros mismos es la forma en que entendemos el universo, y estos dos mundos conectados deben mantenerse constantemente en armonía y equilibrio: si no estamos de acuerdo con nosotros mismos, tampoco lo estaremos con el universo.
Zen entiende que somos instrumentos de creación finamente afinados que constantemente necesitan cuidado y atención. Es por eso que el zen cotidiano hace hincapié en un programa regular de práctica y, en última instancia, se convierte en un estudio de por vida. El zen siempre nos mantiene conscientes y despiertos para que veamos el mundo que nos rodea con una intensidad y una percepción que realza su belleza.